Disfruta la vida, es más tarde de lo que crees: proverbio chino.
Por: César E. E. Hervert
Hace poco leí un estado de facebook muy elocuente sobre la felicidad y la obsesión de muchos por alcanzarla “según términos y condiciones”, es decir, con el éxito profesional, económico, familiar y amoroso.
No está mal, si no fuera porque la vida no es una caricia de verano sino una turbonada de invierno que te congela y si la apuras te arroja al suelo.
Para la mayoría esos “términos y condiciones” no solo son complicados sino en buena medida imposibles. Falacias que promueven estereotipos diseñados para el eterno consumo. ¿No tiene felicidad? ¡Cómprela!
Frecuentemente observo el sacrificio que muchos realizan en este pentatlón de la vida. La sangre, el sudor y las lágrimas que conceden por llenar el formulario que les exige el monopolio de la dicha.
Es soberbio insinuar que “a” sabe más que “b” sobre la propia felicidad de “b”, pero vale la pena analizar si lo que perseguimos es nuestro sueño o el que alguien más trazó para nosotros.
El filósofo italiano Giorgio Agamben en su Ensayo sobre la Destrucción de la Experiencia explica cómo al hombre contemporáneo se le ha expropiado su experiencia, es decir, que sus deseos y aspiraciones no están más siendo dictados desde su interior, sino desde el exterior, fomentados por la publicidad al servicio de la cultura capitalista.
“Todo el mundo aspira a ser feliz –dice–, y la felicidad se ofrece y se vende como una inexcusable meta humana. Sin embargo, si miramos al sesgo, el hombre de hoy vuelve cada noche a casa aturdido por un sinfín de ofrecimientos consumistas sin que ninguno se traduzca en experiencia, y es esa incapacidad lo que hoy vuelve insoportable –como nunca–, la existencia cotidiana”.
Todos escuchamos que los compradores compulsivos buscan llenar vacíos emocionales y de acuerdo con un estudio de la Universidad de San Francisco la idea es correcta, pero no solo, sino que esos vacíos son imposibles de colmar por muchos descuentos y rebajas que se presenten. Es el hoyo negro del materialismo.
El profesor de Psicología de la Universidad de Yale, Paul Bloom, dijo en una conferencia sobre El Origen del Placer Humano en Ciudad de las Ideas (un festival internacional de mentes brillantes), que no somos animales que hallemos placer comprando bienes materiales, sino relacionándonos con personas y que, contrario a la creencia, “el consumismo está generando cada vez más personas infelices en el mundo”.
Y aquí es donde tú piensas, “ya, pero prefiero llorar en mi Ferrari”, cuando deberías elegir no llorar, no como un acto represivo sino como un llamado a la confianza y al amor propio, a la consideración de la felicidad por lo que eres, por tus experiencias y no por lo que posees porque nunca ganarás esa batalla.
Las cosas que poseemos terminarán por poseernos. Así está diseñado el sistema.
Muchas amistades llevan buen ritmo en su “pentatlón de la felicidad” principalmente en lo toca a lo profesional, pero cuando ahondamos más allá de lo incuestionable emerge en la mayoría una frustración contenida por el alto costo de los “términos y condiciones”.
En su libro El Mito de la Felicidad (autoayuda para el desengaño de quienes buscan ser felices), el filósofo español, Gustavo Bueno, tritura la idea ordinaria de la felicidad afirmando que, de entrada, ésta es solo una figura literaria, o en cristiano, que es irrelevante el poder adquisitivo o las compras producto de nuestro trabajo o tiempo de vida.
Entre los atletas del shopping la certeza de la felicidad y la repetición de frases (en realidad eslóganes) de los libros de autoayuda son recursos sintomáticos y, como añadiría Bueno: el método más eficaz y seguro de mantenerlos como consumidores insatisfechos pues de lo contrario se paralizaría la maquinaria productiva del capitalismo.
Debemos reflexionar en qué estamos invirtiendo nuestra vitalidad y si realmente lo hacemos por decisión propia o por cumplir estándares impuestos, no sabemos por quién ni en qué momento porque cuando llegamos ya estaban ahí, como el experimento de los cinco monos.
Hacer lo que amamos tampoco representa un éxtasis absoluto y eterno, es solo hacer lo que amamos que no es poca cosa. La libertad –digo–, es un lujo que no todos pueden permitirse.
Seamos felices al margen de esos “términos y condiciones”, que la felicidad no es patrimonio de nadie; seamos felices sin dogmas ni mercados, que no somos ganado o mercancía; seamos felices como podamos, el modelo capitalista no contempla a todos en la nave; seamos felices por serlo, es la aventura más grande de la vida.
Seamos felices sin permiso, el sistema no quiere vernos sonreír.